sábado, 3 de octubre de 2015

Santa Catalina se libera de los andamios


Rodear la iglesia de Santa Catalina es recorrer, en apenas unos metros, quinientos años de historia del arte en Sevilla. Tras concluir la segunda fase de las obras de restauración del templo y una vez liberado de los andamios que han ocultado su bella fisonomía durante años, el transeúnte puede hacerse una rápida idea de cómo ha sido el urbanismo y la arquitectura sevillana hasta hace un siglo. Lejos de los esquemas geométricos, de grandes fachadas con plazas delanteras que permitieran ejes de perspectiva y de proporciones ordenadas, la arquitectura sevillana ha sido, históricamente, una sucesión de añadidos y reformas que han conferido a muchos de sus edificios un aspecto extraño para la mentalidad clásica. Santa Catalina sólo se comprende rodeándola, paseando a su alrededor, alejándote y acercándote, entrando en su interior. A la primitiva fábrica mudéjar del siglo XIV se fueron superponiendo una serie de añadidos y ampliaciones que tergiversaron la planta basilical original para legarnos una compleja composición que tiene su máxima dificultad en la zona de la cabecera, donde los volúmenes se amontonan unos sobre otros compitiendo en belleza.




Del templo original del siglo XIII han aparecido ahora los restos durante las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el interior y que aún siguen su curso. La iglesia que vemos hoy en día debió construirse ya en el siglo XIV tras el devastador terremoto de 1356 que arruinó media Sevilla y que obligó a reconstruir templos y casas. La portada es otro ejemplo de cómo los edificios han estado vivos a lo largo de los siglos, reformándose y mutando en función de necesidades y gustos estéticos. Si en el siglo XIX se reformó la torre y se eliminaron varias casas adosadas a la cabecera para ganar en visibilidad, en el siglo XX se pasó de planear su derribo para abrir una gran vía que atravesara el centro (continuación del eje Laraña-Imagen) a superponerle una fachada que no es la suya y que fue trasladada desde la iglesia de Santa Lucía por Talavera y Heredia en los años veinte de siglo pasado. Esta fachada exterior esconde la verdadera portada de la iglesia, con un bello arco polilobulado, creándose entre ambas un pequeño nártex de acceso al templo.



Si empezamos el recorrido hacia el lado del Evangelio (izquierdo mirando hacia el presbiterio) nos encontramos con la cruz de forja que formó parte del cementerio parroquial, la bella sucesión de arcos ciegos polilobulados que como reconoce Manuel Jesús Roldán en su libro 'Iglesias de Sevilla' tienen una ubicación "que sigue siendo difícil de explicar" y la nave situada más al norte, un añadido posterior a la fábrica original que dificulta aún más la comprensión espacial del templo. En esta fachada se encuentran dos retablos cerámicos, uno dedicado a Santa Lucía (firmado por Antonio Kiernam) y otro al Cristo de la Exaltación, titular de una de las hermandades que reside en el templo.



La construcción de la nueva capilla Sacramental a principios del siglo XVIII por Leonardo de Figueroa añadió un nuevo volumen a la iglesia de Santa Catalina y regaló a la ciudad uno de los espacios barrocos más bellos que se conservan. Según se lee en algunos textos de la época, durante las obras de cimentación del espacio aparecieron una serie de sillares que, inmediatamente, se atribuyeron a la Sevilla romana. Por su ubicación siempre se ha pensado que estos restos bien pudieron formar parte de una de las puertas principales de la Hispalis imperial, al pensarse que la actual calle Alhóndiga bien pudo ser el cardus maximus de la ciudad. La capilla se remata al exterior con una interesante linterna coronada por una escultura de la Fe realizada por Miguel Quintero en 1724. Tras su restauración es posible apreciar la riqueza decorativa e iconográfica de este espacio, con pinturas, relieves e inscripciones que giran en torno a la pureza de la Virgen y al Rosario. Inexplicablemente tras la restauración los pináculos cerámicos que rematan la linterna han quedado protegidos por unas mallas, quizás por su delicado estado de conservación.



Uno de los aspectos más interesantes de la restauración exterior de Santa Catalina, al margen de la reparación de las cubiertas para evitar filtraciones, ha sido el estudio de los paramentos para recuperar, en la medida de lo posible, el colorido original del templo. Mientras que el núcleo principal mudéjar se ha dejado en blanco, en las ampliaciones barrocas se ha optado por un almagra avitolado (líneas horizontales) que ha desterrado el color amarillento que todos recordarán. La aparición de detalles decorativos en ventanas, cornisas y canecillos aporta un interesante juego cromático que realza, aún más, la complejidad volumétrica del edificio.



La zona de la cabecera es la que más transformación ha vivido con el paso de los años. En el siglo XIX este espacio no existía tal y como lo vemos ahora al estar imbuido en el caserío. La proyección de una gran arteria que atravesara el centro histórico desde Plaza de Armas hasta Puerta Osario y la apertura ya en los años 40 de la calle Carrión Mejías configuró un nuevo espacio hacia Ponce de León que permite la contemplación de la cabecera y torre de la iglesia. Por fortuna el proyectado derribo de la iglesia no se llevó a cabo y en la Guerra Civil fue uno de los pocos templos mudéjares que no fue cruelmente asaltado e incendiado. La restauración de la torre ha conllevado la reconstrucción de los merlones superiores y la recuperación de los paños de sebka que faltaban en uno de los laterales, si bien se han fabricado con un diseño más esquemático que no imita los originales.



A falta del inicio de la última fase de restauración que incluirá los trabajos en el interior del templo, sevillanos y visitantes ya pueden disfrutar del remozado exterior de Santa Catalina, un compendio arquitectónico único que ha logrado sobrevivir al paso de los siglos. Su complejidad exterior, la superposición de volúmenes y el variado catálogo cromático nos habla de una Sevilla que se resiste a desaparecer y que conserva su esencia en determinados espacios como este magnífico templo declarado Monumento Histórico Nacional en 1912.


Documentación: 'Iglesias de Sevilla' de Manuel Jesús Roldán

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